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Escribí este texto ya hace algunas semanas y pensé varias veces en pegarlo al blog, me detenía un poco de prudencia y de timidez ante lo abrupto de mi discurso sobre un tema que siempre es polémico. Hoy, después de las noticias de la semana sobre el juicio a los sacerdotes pederastas en los Estados Unidos y el desprecio total a las instituciones de justicia de los prelados católicos, (llámese cardenal mahoney, o algo así, y el cardenal mexicano, de cuyo nombre no quiero acordarme) que prefirieron pagar (del propio dinero de la congregación, o de la santa sede, [no puedo dejar de hacer un juego de palabras: “la santa cede”]) una cantidad obscena de dólares para evitarse la pena de declarar ante un jurado. El precio me parece adecuado, son algo así como 666 millones de diabólares. Sé que no es la cantidad exacta pero hacer referencia del número que nos lleva a la edad primera del catolicismo, de el uso de esa cifra para nombrar al “mal” y de las relaciones que se ejercen a través de los siglos para demostrar que no hemos cambiado nada (para ser asertivos diré: muy poco) desde los inicios de está religión con excepción de que en esos inicios el “mal” se encontraba afuera y ahora está adentro de ella.
Vaya pues este texto mío que ahora parece totalmente suave y benevolente.
Soy
Soy absolutamente ateo y totalmente anticlerical pero lo más difícil, decidí hace mucho tiempo no intentar convencer a nadie de acompañarme en esta búsqueda hacia la nada.
Admiro profundamente a las personas que con conocimiento de causa prefieren anteponer su fe, su creencia a las vicisitudes de la razón. Admiro más por cierto a los que han intentado incrementar el conocimiento que tienen de su fe y han realizado un viaje (parecido al mío) para alcanzar esa certeza. Aunque nuestros caminos sean divergentes.
A los que no admiro son a los que requieren del dogma para minimizar a sus congéneres, para radicalizar una posición sólo con el argumento de que es dicho por la iglesia o por un docto doctor o por un iniciado o por un maestro emérito o por un simple licenciado (el caso es que no soporto a las personas con ideas de otros y solamente ideas de otros), en el caso católico por el papa, en otros casos por las personas que detentan el poder religioso. A los que el solo hecho de pertenecer a una congregación les confiere la potestad de proliferar e instigar a la comunidad a la “verdad”.
Soy profundamente ateo y no respeto a los personajes que anteponen sus gracias o desgracias a dios por encima de sus merecimientos o carencias, la posición de dios y su deseo es siempre la excusa de sus bienes y sus desdenes. No respeto a la acendrada moral que elimina la decisión personal y donde el libre albedrío solo es correcto si sigue las directrices desarrolladas por el dogma en curso, aunque este sea totalmente diferente al dogma milenario.
Soy totalmente anticlerical (en este caso si católico) porque veo en ese aparato manipulador a muchos de los males que engendran a la sociedad occidental moderna, la total falta de claridad y sujeción ante el poder, su ceguera insensata hacia los grandes perjuicios que ocasionan sus prelados atacando sin cuartel a niños desarmados y refugiándose luego bajo la sotana del cardenal cercano, que en aras del “bien” eclesiástico los oculta y los ayuda para evitar su merecido castigo.
Refreno mis ansias de proferir aquí ofensas en contra del anciano marcial y decrépito al que sólo se aleja de los “usos” de la iglesia cuando no sólo es un animal masieliento, de bajas costumbres e inconfeso sino que hay testimonios de hombres probos que lo desenmascaran y relatan sus desventuras cuando utilizó su posición de mentor para abusar de ellos. Y la institución papal lo aclama como protector de la fe.
Prefiero, entonces mantener este estado de ateísmo anticlerical para defender mi alma, esa de la que las religiones se creen poseedoras, alejada de su abulia y su doble moral, para así; en un final de doble giro (como las hélices del ADN) redescubrir por último que la ausencia de dios (de deidad, de primer motor, de energía creadora, de cuantos energéticos) te lleva irremediablemente a la luz, a la iluminación y que tu alma emerge del pozo mal oliente de esa desechada religión sin mácula y dispuesta a encontrar mejores y más fructíferos caminos.