jueves, febrero 21, 2008

Alba y Mara



Es muy temprano para dormir pero a los seis años no puedo decidir a que hora me acuesto. Es la primera noche en este gran cuarto del nuevo departamento, la puerta parece lejana hasta el otro lado. Llega mi madre para darme las últimas instrucciones.

- No camines en la noche a menos que necesites ir al baño, no te acerques al balcón para respirar mejor, no te escondas en el armario si tienes frío (ya te puse otro cobertor), no duermas debajo de la cama es más cómodo arriba y más recomendaciones que ya no escucho.

La dama de blanco se sienta en la cama, Alba se acerca por vez primera y siento su calor que pasa a través del cobertor hacia mis pies fríos; sobre su hombro, en la parte más oscura del cuarto diviso a lo otra, la de negro, Mara, y el frío que emite puede verse en la negrura.

Todo es claro ahora, a la izquierda puedo ver que Mara saluda con expresión de tristeza y camino lentamente a lado de la dama blanca y sé, con seguridad absoluta, que siempre la amaré.

Espero paciente sobre la plancha del pequeño gabinete radiológico en el que me depositaron los enfermeros hace unos minutos, sólo recuerdo el sonido del choque y el millar de estiletes cristalinos que me golpeaban un instante después del accidente, la camilla, el cuello ortopédico, la llegada al hospital y los médicos apresurados, las luces del techo que pasan rápido sobre mi inmovilizado cuerpo, todo a gran velocidad hasta que me dejaron sobre esta dura plancha. El tiempo cambia aquí y escucho una voz que me dice.

-¡No se mueva!

A los pies de la plancha, Alma y Mara tocan mis pies y la confusión de temperaturas produce un efecto letárgico en mí. Las amo y me es imposible decidirme.

Es muy temprano para dormir pero a los noventa y seis años no puedo decidir sobre la hora en que me acuesto. Es la última noche en este gran cuarto de la vieja casona, la puerta parece lejana hasta el otro lado. Llega la enfermera para darme las últimas instrucciones.

- No camine en la noche a menos que necesite ir al baño, no se acerque al balcón para respirar mejor, no se esconda en el armario si tiene calor (ya quité un cobertor), no duerma debajo de la cama es más cómodo arriba y más recomendaciones que ya no escucho.

La dama de negro se sienta en mi cama, por última vez se acerca y siento su frío que pasa a través de la sábana hacia mis pies calientes; sobre su hombro, en la parte más clara del cuarto diviso a lo otra, la de blanco, Alba, y el calor que emite puede verse en la blancura.

Todo es claro ahora, a la izquierda puedo ver que Alba se despide con expresión de tristeza y camino lentamente a lado de la dama oscura y sé, con seguridad absoluta, que siempre la he amado.



Arturo Herrera ©