Las puntas de los dedos se entristecen, ya sólo recuerdan tu presencia; lento como el transcurso de la vida, como el viraje sin sentido de un río viejo, acomete el dolor ante tu falta. Las vueltas sobre térmicos sopores de este meandro que nunca aflora al mar; océano que se resiste a ser vejado y amontona arenas en su fuente, así siente la mano tu partida, así el roce se pierde en la memoria. Sin contacto de tus formas, de tus sedas, las sensaciones se cambian por recuerdos y la mente se embota de dolores. El tacto y tu partida son gemelos que se alejan y sienten al idéntico, ya no importa el cuerpo que te imita, mis yemas sólo reconocen tus texturas y el símil que aparece por la paga se da cuenta y se va, como te fuiste. Ya no encuentro en curvas y caídas goce ni placer acrecentado, las migas que se acercan a tentarme se parecen a ti, no son tu cuerpo, les falta tu presencia. Tenías razón, evanescencia, cuando al partir marcaste mi destino: “Tus manos jamás se llenarán con otras formas”, dijiste y el decreto me atormenta desde entonces.