jueves, diciembre 18, 2008

sábado, diciembre 06, 2008

Si pienso en el pasado (completo)

Si pienso en el pasado, como lo he hecho los últimos tiempos, encuentro que mi relación con la literatura ha sido mucho más profunda de lo que imaginaba.

Recordé, por ejemplo, que ya de niño, encontraba la prosa mucho mejor que la correría, descubrir la habilidad de sobrevivir en Robinson, la eterna infancia de Mowlii, Robin héroe y ladrón, Ivanhoe la religión y la armadura, Tarzán y su infinidad de historias, Sandokan y el heroísmo sublime del pirata, el apacible compañerismo de Watson, las lejanas tierras y el budismo en Shangrilá, la inteligencia y perversidad de Richelieu, la madurez de D’Artagan veinte años después; “Llámame Ismael” el críptico novato en Moby Dick, Tom y Huck traviesos disolutos, los globos, la luna, el mar de Verne y el dulce abandono de las campanas en Víctor Hugo.

En contraste, en el primer momento de necesidad invoqué a la poesía y en uno de sus modos más complejos:

Creer que me amas es locura

Reír contigo es mi ilusión

Insisto, te amo con dulzura

Siempre tendrás mi corazón

Te necesito y tu corazón captura

Interminablemente mi pasión

Nada como nuestra aventura

Aventura que no tuvo conclusión.


Por supuesto nunca llegué a leerlo completo, ya tenía sus brazos alrededor de mi cuello y los besos fueron largos y cariñosos; primera relación de años en  mi corta vida; bellos quince de recuerdos dulces donde nada era finito y el amor era para siempre.

También, en ese momento, con un vocabulario mayor y perspectivas diferentes, me volví hacia adentro; el mundo y los amigos eran simples, no encontraba complejidad en las relaciones personales. Los instintos normales; poder, sexo, dinero realizados de la manera más infame, lo más cercano a un destello de inteligencia era el gusto de ellos por la música popular y en la mayoría de las veces, nunca, la que a mi me encantaba.

Aprendí a relacionarme con profanos, siempre en la frontera del desprecio y de la expulsión, así llegaba el momento de renunciar para cambiar de club, de grupo o de escenario, uno tras otro y sin descanso.

Tengo la disculpa, en los primeros años de la adolescencia que sólo deseaba pertenecer y ser aceptado; otra disculpa, el amor, relegaba mi visión del mundo a la enamorada en turno.

Debo decir ahora, a lo lejos, que no hay solución en ningún momento, te descubres y descubres que tu alma gemela sólo existe en la fantasía; tú fantasía.

Tú que con tus bellos ojos miras

al presente, al pasado y al futuro

y vanagloriada en ti, susurres

el orgullo que sientes cuando yo te miro.

De nuevo resultaba, besos y más besos y los rudos desaparecían en silencio, más de un amor con cuatro versos y una estrofa, cambiaba los ojos de verdes a marrones, de bellos a discretos, de fugaces a brillantes.

Para las bellas de corte feminista, terminaba la discusión en besos, que después de recetarme (ella) redondillas terminaba (yo) con el siguiente verso.

La mujer y su pudor

falso y mal intencionado

que defiende y con ardor,

y desmiente a su amado.

Octosílabos dolientes que de queja y cara enjuta, resultaba en dulce aliño, en pudor roto y ardiente lecho.

Se iniciaba un camino de lujo puro, el indiano de Carpentier, el río en dos aspectos, Gabo y sus cien años y Joyce con el doloso dublinenses; la tenebrosa mirada de Insmouth; el ‘sur’ norteño y su dobleces con la frase de doble resonancia del sonido y la furia; un mundo feliz y 1984, ¿futuristas?; la vida sublime y pérfida del mago de Lublin; las viñas de la ira; ana la rusa; metamorfosis; a sangre fría; Vargas Llosa y los perros; Roa Bastos, el supremo. El recurso del supremo patriarca.

Me alejaba cada día de los demás, los que sabía insufribles y que no miraban más allá de sus narices, alcanzar a ver al menos dos pulgadas frente a sus narices era una afrenta y caminaban como rinos con ceguera; cualquier aviso de error se tomaba como cobardía.

Escribir dudaba, todo tenía que ser siempre tan perfecto, tanto miedo de errar y con frecuencia sucedía, las críticas amigas disparaban veneno  de inseguridad  y envidia. La carrera, el material al cesto sin escala.

El escritor naciente necesita el ego de un Mesías, el abandono de la propia realidad y miedos y descubrir que la ilusión es casi tan aguda como el verbo.

Romántica la Brönte, las Austen, erótico el trópico de Miller, la vuelta de tuerca, el circular Elizondo, el contar historias de Zepeda; las novelas  múltiples, Clea, Justine, Mountolive y Baltazar del griego Durell; la otra Justine del mal portado Sade; la búsqueda de Prust;  la hojalata de Grass: multileídos como Puzo, Wallace y West y por supuesto el Yo, Claudio del helénico Graves.

A la tercera vez, descubrí la prosa cuasi poética de Rulfo, dolor en Faulkner, la palabra brillante del austral Borges, los conejos y la autopista de Cortazar;  Sabines y su coronel papá; Ibargüengoitia y sus relámpagos; Paz, este Paz y su Garro (mejor cuentista que persona; ella y él), laberintos y desamor; Cuesta, Villaurrutía, Novo, Huerta y Pellicer.

Aquí y de improviso se aparecen monjes y fantasmas que de correctos y ordenados me descubren el mundo del sentir, la musa Inés, San Juan, Góngora y Quevedo juntos en la letra y odiándose en la vida. Sonetos que de suerte apenas cumplen la oncena, así catorce veces y consonante entera.

Palabras, casi heráldicas en mi vida, de Quevedo y de sor Juana:

Si me hubieran los miedos sucedido

como me sucedieron los deseos,

los que son llantos hoy fueran trofeos:

¡mirad el ciego error en que he vivido! 

Con mis aumentos propios me he perdido;

las ganancias me fueron devaneos;

consulté a la Fortuna mis empleos,

y en ellos adquirí pena y gemido.

Perdí, con el desprecio y la pobreza,

la paz y el ocio; el sueño, amedrentado,

se fue en esclavitud de la riqueza.

Quedé en poder del oro y del cuidado,

sin ver cuán liberal Naturaleza

da lo que basta al seso no turbado.

Mira Francisco, imagina a un joven (apenas veintitantos) descubrir la ira contenida del fénix y sus palabras colocadas en el lugar exacto para dar el mayor golpe al intelecto.

De las redondillas sin duda las dos mejores:

Parecer quiere el denuedo

de vuestro parecer loco

el niño que pone el coco

y luego le tiene miedo.

¿Qué humor puede ser más raro

que el que, falto de consejo,

él mismo empaña el espejo,

y siente que no esté claro?

De Juana Inés los dos y de su propia exactitud;  no tienen desperdicio.

De nuevo a la prosa y me encontré con el infantil y dulce decir de Asimov, el ánomo de Vance, los libros dolientes de Bradbury,  las dormilonas ovejas de Phil, y Clarke siempre Clarke hasta el 2001; de los valientes detectives; desde el desconcertado viajante de Poe, el amoroso Magritte y el insufrible Poirot, el  duro Marlow de Gardner hasta el durísimo Spade de Hammett; el brinco fue, sin sentir, directo a la Hellman, Pentimento; y al reducto propio de la Wolf.

El anhelo de encontrar mujer versada se golpeaba de frente contra la realidad, a nadie le importaba las letras como tales, eran sólo herramientas de trabajo y de sustento, falta tiempo me decían para gustar del arte sinhonorarios. Salto de encuentro sobre encuentro a mendigar amor a su manera.

En brillante día me encuentro con el sol. Rubio rulo y mente portentosa, alma gemela que de durar más tiempo de auto combustión súbita se hubiese  inmolado; los denarios llegaban por docenas, la vida sonreía sin miedos ni codicia, las luces de los libros eran mejores, habladas con alguien que te amaba siempre, te entendía mejor y te sorprendía con su discurso.

Duró poco y con su muerte fue flamígero; al terminar quede solo, con cara de perplejo, ese día envejecí y ahora, ya decrépito, recuerdo el tiempo del sol y su cohorte como sueño anticipado del dulce paraíso.

A partir de ahí, y sin disculpa, sólo fue mantenerme en el tinglado, estar sin encontrarme, vivir de a poco y tratar de encontrar en el remedo; un poco de calor y un suspiro.

Después se sucedieron en cascada cercanas muertes y dolores, doliente salía y muerte llegaba, de una, de dos y casi la media docena alcanzaba.

Decidí tomarme un descanso de la vida, tomé a Freud, a Fromm y hasta los arquetipos, me concentré en los mundos galileanos, fui a la luna en cohete von brauniano, encontré en el pársec la medida de mi pena.

Me mentí, me escondí y novia tuve, años de amor pequeño y me dejé llevar y hubo certero casamiento, fallé y nunca dije de mi muerte anticipada, del dolor de vivir y desde luego, el amor se convirtió en congoja y al no sentirse bien amada la consorte enfocó sus baterías en la tristeza y la muerte propia no llegaba.

La guadaña se ensañó en los hijos, uno, dos, tres y por milagro no tomo al cuarto ya por último. Esos daños destruyeron piso a piso el edificio conyugal y a los ojos de ella el único culpable era mi abismo. Era cierto.

Otelo, Macbeth, Hamlet, Edipo, tragedias todas, me gustaban, las buscaba; obras obscuras que no encontraban al final un dulce destino y fui a Poe, a Hawthorne, a Magog, a Fausto, a Lovecraft;  siempre regresaba a Lovecraft. Trataba de encontrar algo más lóbrego y descubrí la Historia; nada más triste, mortal y oscuro que la Historia.

Me embarqué en las aguas del cinismo al descubrir América, caminé por las calles de Micenas ya muerta, envenené a un faraón egipcio que pensaba que dios sólo hay uno, destruí por completo el ecosistema en Teotihuacán o fue en la selva Maya o en la isla de Pascua (no recuerdo), abrí la carta que ordenaba matar a cualquier templario que viviese en las inmediaciones, corrí dos culturas de mis tierras por creer que sus dioses no eran buenos, quemé mujeres en la hoguera por el solo hecho de pensar distinto (perdón, de pensar), entré al horno en Auschwitz donde se decía que el trabajo dignifica y sentí los rayos gama de Hiroshima, comí personas en los Andes, maté soldados en Vietnam y tiré la estatua de Saddam en Babilonia.

Era el paraíso: la bajeza, la estulticia reinaban en la Historia y yo con mi talante me alegraba encontrar que los demás sufrían en todas las edades de la tierra.

No podía seguir así, tome dos caminos: el primero, leer más a Neruda, Benedetti, de nuevo a Sabines, encontrar amor en Dante, en los tiempos del cólera; y segundo, entrar en terapia que fue la decisión más difícil de todas, me dejo sin oportunidad de seguir sufriendo sin sentir y sin sentido.

El resultado fue un duro divorcio y un amado hijo al que ahora le puedo contar mis experiencias, sufrirá un poco pero al final amoroso queda.

De nuevo encuentro belleza y la disfruto, encuentro cariño y me entrego,en ocasiones disoluto, doy y recibo que es la marea del alma y del amor; cambio espejos brillantes por sonrisas cálidas.

Busco amor, de todo me burlo un poco e invoco a los eternos:

‘He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz…’    (seudo Borges).

‘Pues bien, yo necesito decirte que te quiero, decirte que te adoro…’ (Acuña).

 ‘Puedo escribir los versos más tristes esta noche, escribir, por ejemplo, la noche está estrellada y…’ (Neruda).

‘O sea, resumiendo estoy jodido y radiante, quizá más lo primero que lo segundo y también, viceversa…’ (Benedetti).

Pasan los años, lentos y clementes.

Amores como torrentes tumultuosos o como meandros suaves que endulzan el sentido; son exactos empiezan y terminan justo en su momento.

Me encuentro divertido y lo muestro en el discurso:


Me devolví a la vida y al estudio, reencuentro a Faulkner, a la arena y al viejo con Hemingway, disfruto el dulce café y el callejón de Mahfuz,  retomo a Huxley,  a Rulfo y a Arreola, duermo con historias de Taibo II, Borges me conmueve, Cortázar me deslumbra, Jardiel me desternilla, hay nuevas y nuevas historias, todas las posibles las encontraré y las que no. ¿Acaso, el tiempo es infinito? No, el tiempo pasa. ‘As time goes by; the world will always welcome lovers, as time goes

by’.

Otro día escribiré de mi afición al cine y a la música.

Escribir desde dentro y sin reparos, me encuentro solo pero no en el desamparo y garabateo prosa y versos que de ser, son de  humor escéptico, amor de dentro y risa intrigante y misteriosa; descubro que el camino fue difícil y escarpado y ahora de bajada la planicie es bella, verde y luminosa.


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