viernes, abril 24, 2009

Lejanía

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La lejanía sabe
que en el punto neutral
donde lo dulce y lo amargo se confunden
el tiempo se detiene
y la proximidad de los labios
es perenne

La lejanía sabe
que en los dos extremos
el calor y el frío se transponen
no hay ayer ni mañana
para los labios
que nunca se tocaron

La lejanía sabe
que al mirar esos labios
como uróboro ancestral
el tiempo que transcurre
en el beso que no fue
es inmortal

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martes, abril 21, 2009

Adicto


Triste sentimiento es aceptarse adicto a una sustancia que maltrata el alma, más triste cuando el motivo de la adicción es una persona; dolorosa y sacrificada pulsión cuando alejarse es imposible, esa angustia que duele con su falta y duele más con su presencia.

– ¡Hoy no me has dicho que me quieres! – dice el motivo del sufrimiento y no atino a contestar. No tengo una respuesta fácil, la relatividad del verbo hará que mis respuestas sean malinterpretadas.

– ¡Me rompes el corazón! – y cada frase me adhiere a ella con mayor fuerza. Esta cohesión de nuestras pieles, cuando el silencio soluciona los conflictos, impide la separación, o le evita, por nuestro temor al dolor de la ausencia. La humedad que nos aprisiona es una cárcel de caricias, sexo y besos hasta que buscamos el lenguaje para interpretarla.

– Tu silencio me dice que me odias – y es cierto.

– ¿En quién piensas cuando nos besamos? – me dices y no encuentro las palabras justas para evitar que pienses que te miento.

– ¡En nadie! – atino a decir antes que tu rabia te aparte de la cama y te lleve al baño donde las aguas de tus ojos son mayores que el diluvio y se confunden con las de la ducha donde frotas con rabia los rastros ficticios de mi indecencia.

Sales como Venus y tu sonrisa demuestra que todo tu dolor y asco se ha ido por la alcantarilla. Me besas y la reconciliación es el combustible de esta adicción malsana, me besas y olvido el dolor y me entrego al placer que me proporciona tu aroma, olor de mujer que amo, de hembra dolorosa y doliente que acerca el cielo aunque vivir así sea un infierno.

– Tu eres de Marte – me dices y yo no alcanzo a recordar el nombre de tu planeta porque la incertidumbre aprieta mi garganta, esperas respuesta y al no obtenerla presumes palabras insolentes – no soy estúpida, sé que algo escondes en tu silencio – trato de replicar y sólo sale un murmullo ininteligible – ¡Ves, ves como me tratas como retrasada mental! – y callo, callo cobardemente, donde cada palabra que no pronuncio se acumula en mi memoria y sé que saldrá algún día. Callar se vuelve una mala costumbre, diferente al hábito malsano que nos une, que terminará en el momento que el dique se rompa; y ya no me queden dedos para tapar las filtraciones.

– Te amo, hombrecito, sin ti me moriría – es el monólogo del día – yo también – digo con voz pequeña – ¡yo también... yo también suena falso! ¡lo dices simplemente por decirlo! – y vuelvo al silencio.

Pasan meses, años; mi cuerpo se consume y debilita, las dolencias aparecen y hieren más la carne. Con la mirada hacia el piso mi espalda se ha vuelto contrahecha, mi cabello antes largo es ahora corto, seco y deslucido, todo mi cuerpo reclama paz.

Hasta que un día con fuego en los ojos me dices – ¡No puedo más! ¡Vivir así es un infierno! Mi sicóloga dice que la pasividad y el silencio también son violencia. Te lo diré de frente (como siempre), he encontrado a alguien que me entiende y me voy. No puedo sufrir más, no lo merezco. ¡Te dejo! ¡Adiós!

El camión de mudanza dobla la esquina, ¡me muero!, giro sobre mis talones y entro a mi casa, ¿mi casa?, recorro con dolor y tristeza, palmo a palmo, la soledad, los cuartos, los lugares... En el cuarto de visitas encuentro la cama individual que ha sido mi lecho en incontables ocasiones, ahora es la única cama de la morada, me derrumbo y trato de dormir.

Han pasado diez meses, mi espalda ha vuelto a ser recta, mi cabello recupera día a día su largo y su brillo, la paz me ha devuelto la salud. Cuando una parte del cuerpo está gangrenada, afecta a todo el ser, emite olores repugnantes, duele, atormenta y sólo el temor retrasa lo inevitable. Amputar es la solución.

– Soy Ramón y soy amputado.

– ¡Bienvenido! – me dicen los amigos, mis iguales; mi alma y mi cuerpo están ahora en el lugar correcto.


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