Me descubro unido con el peñón, el nuevo embrujo fue enorme y rudo, mover el cuerpo sin sufrir el recorrido duele, duele mucho.
El declive no es muy obtuso, puedo subir lento e introducirme en el primer orificio que encuentre, pie con pie, pedrusco sobre pedrusco, todo mi cuerpo se funde con el muro y siento el rocoso sudor, el sufrimiento. Lo encontré.
Mi gemelo se percibe preso desde los huesos, el conjuro que lo envuelve es de preceptores, existen numerosos hechizos que puedo esgrimir. No deseo herirlo.
Dirijo el índice con pulcritud, pido que todo se solucione bien y nombro el sortilegio - “Zemposúchil -”; todo se obscurece, todo se pierde, es un hecho.
Mi heterónimo es libre por fin y si deseo conocer su derrotero sólo se requiere leerlo, mi némesis fenece con dolor, lento y seguro. Hoy el signo perenne de mi frente dejó de existir.
Arturo Herrera ©
Esta vez añado un comentario sobre este texto sólo para hacer notar la falta de la letra "A". Que a mi me parece obvia pero la evidencia muestra que no lo es tanto.
Saludos