– Salí a la calle y vi a Gómez, así, con botas, chiquito y ensangrentado.
– Ya le dije que me lo cuente desde el principio – dijo Orto Adenauer, el comisario de la policía.
– Está bien, hace un par de horas –…
– Le he pedido mil veces a Dolores que cargue con las llaves, siempre tengo que levantarme y dejar de escribir para lanzárselas – dije complacido por la distracción y por poder divertirme al ver el enojo de Eugenia cuando critico a su hija – tú hija es una desobligada.
– Tuya también, no es hija del soplo divino – contestó “U” al botepronto, con una sonrisa y los brazos en jarras que me permiten constatar lo hermosa que se mantiene aún en contra de lo que dice el calendario.
Me asomé al balcón del sexto piso y le arrojé el juego de llaves con cierta sorpresa ya que hoy esperábamos su obligada salida de viernes y un poco de paz para nosotros, los padres arcaicos y decrépitos. Se escuchó el ruido del elevador y dije – “U” recuérdame hablar al administrador para que de una vez le den mantenimiento a ese montacargas – a lo que mi ama y señora contestó – anótalo en tus pendientes, yo ya tengo suficiente trabajo – y la sonrisa no desaparecía de su rostro.
Después de veinticinco años de matrimonio es…
– ¡A los hechos! – Me reprendió Adenauer, – está bien – contesté y seguí…
Acompañaban a Dolores sus dos amigos: “El Pecas”; gordo, grande, inmenso que juega de centro en el equipo de fútbol de la universidad donde Dolores estudia bioquímica y “Gómez”; pequeño, delgado, con ojos huidizos y siempre con esas botas de cowboy que rayan y maltratan el parquet siempre pulido del departamento.
Ruidosos insoportables y muy cercanos a mi hija, cada vez que los descubría observando con ojos de perro hambriento el cuerpo de mi niñita las ansias asesinas aparecían en mí. “U” que conoce mis celos inmensos se mantiene alerta para anticiparse a cualquier acto doloso que pueda ocurrírseme.
Después de veinticinco años de matrimonio es…
– ¡A los hechos! – Me reprendió de nuevo Adenauer, – está bien – contesté reincidente y seguí…
Sonó el teléfono celular de Dolores y nos avisó a voz en cuello – Es
Bajé por las escaleras sin darme real cuenta, salí a la calle y vi a Gómez, así, con botas, chiquito y ensangrentado.
Arturo Herrera ©