jueves, marzo 27, 2008

Las botas


– Salí a la calle y vi a Gómez, así, con botas, chiquito y ensangrentado.

– Ya le dije que me lo cuente desde el principio – dijo Orto Adenauer, el comisario de la policía.

– Está bien, hace un par de horas –…


– Le he pedido mil veces a Dolores que cargue con las llaves, siempre tengo que levantarme y dejar de escribir para lanzárselas – dije complacido por la distracción y por poder divertirme al ver el enojo de Eugenia cuando critico a su hija – tú hija es una desobligada.

– Tuya también, no es hija del soplo divino – contestó “U” al botepronto, con una sonrisa y los brazos en jarras que me permiten constatar lo hermosa que se mantiene aún en contra de lo que dice el calendario.

Me asomé al balcón del sexto piso y le arrojé el juego de llaves con cierta sorpresa ya que hoy esperábamos su obligada salida de viernes y un poco de paz para nosotros, los padres arcaicos y decrépitos. Se escuchó el ruido del elevador y dije – “U” recuérdame hablar al administrador para que de una vez le den mantenimiento a ese montacargas – a lo que mi ama y señora contestó – anótalo en tus pendientes, yo ya tengo suficiente trabajo – y la sonrisa no desaparecía de su rostro.

Después de veinticinco años de matrimonio es…

– ¡A los hechos! – Me reprendió Adenauer, – está bien – contesté y seguí…


Acompañaban a Dolores sus dos amigos: “El Pecas”; gordo, grande, inmenso que juega de centro en el equipo de fútbol de la universidad donde Dolores estudia bioquímica y “Gómez”; pequeño, delgado, con ojos huidizos y siempre con esas botas de cowboy que rayan y maltratan el parquet siempre pulido del departamento.

Ruidosos insoportables y muy cercanos a mi hija, cada vez que los descubría observando con ojos de perro hambriento el cuerpo de mi niñita las ansias asesinas aparecían en mí. “U” que conoce mis celos inmensos se mantiene alerta para anticiparse a cualquier acto doloso que pueda ocurrírseme.

Después de veinticinco años de matrimonio es…

– ¡A los hechos! – Me reprendió de nuevo Adenauer, – está bien – contesté reincidente y seguí…


Sonó el teléfono celular de Dolores y nos avisó a voz en cuello – Es la Britney, tírenle las llaves para que suba. Recordé, al mismo tiempo que los otros dos, las grandes formas y los profusos escotes de la amiga de mi hija y me levanté como por la acción de un resorte para tener la oportunidad de obtener una perfecta vista a “ojo de pájaro” de la anatomía juvenil. La atropellada desbandada se detuvo al ver que “Gómez”, con velocidad inaudita, tomaba las llaves, se deslizaba con rapidez sobre el parquet, alcanzaba el balcón, pegaba con fuerza en el barandal, giraba sobre su eje y se precipitaba al vacío permitiéndonos ver, por último, sólo los tacones obtusos de sus horrendas botas.

Bajé por las escaleras sin darme real cuenta, salí a la calle y vi a Gómez, así, con botas, chiquito y ensangrentado.


Arturo Herrera ©

sábado, marzo 22, 2008

Fractales

Coloco un espejo junto al otro en ángulo agudo y luego otro del lado abierto para formar una caja triangular donde sólo entra mi cuerpo.

Con cuidado me deslizo y con sólo entrar cambia mi mundo.

El tiempo se detiene y con el rabillo del ojo percibo una infinidad de yos que se agrandan y se achican en sentidos contrarios.

Fibonacci mediante, intuyo, estas imágenes se encontrarán en el infinito y tenderán a cero. Pero la diosa de los números las multiplicará por cientos, por miles, hasta que de mí recuerdo queden gotas eternas que juntas me integrarán de nuevo.

Si además, giro a una velocidad cercana a la de la luz que hiere mi pupila tal vez, sólo tal vez, me encuentre a mí mismo en el futuro o a mil años luz de este momento, ya sea atorado en el hoyo negro de mí recuerdo o asfixiando con mis manos a la imagen de mí cuando me muera o emitiendo el ingente balbuceo del nonato supernumerario que es mi imagen especular y levógiro desoxirribonucleico.

Al despertar, en el ámbito de lo inconmensurable, desayunaré como un rey galaxias espirales, caminaré en el asfalto de Moebius decreciendo vertiginoso en saltos factoriales y antes de dormir cenaré como mendigo dos cuarks de los tres que mí dieta me permite.

Soñaré acunado en los teóricos brazos de Gödel en los múltiples mundos descubiertos por Escher y arrullado con la síncrona música de Bach hasta que el remolino decrezca y el sólido construido con pulidas superficies internas estalle en miles de pedazos para retornarme a la perfecta y aburrida realidad.


Arturo Herrera ©