sábado, diciembre 30, 2006

Adentro.

Poesía adentro

A mis hijos

A ella, mi niña

Tantas veces lo hablamos
y un día la sorpresa
en siete u ocho meses…

Recompusimos vida
revisamos prioridades
mira, mira, me dijiste
a la primer patada
mi corazón lloró.

Mi corazón amó
amó sin ver, con besos
amó la sinrazón
te amó sin ver, sin verte
y meses de alegría
y el agua explotó.

Correr, correr atónito
apenas son seis meses
el aire no aparece
la vida se cortó.

Y tú con tu dolor
te debatías entre la luz
y las tinieblas
tu cuerpo roto, no sanaba
llorabas y sangrabas
pateabas y culpabas.

Niña, flor de un día
mi niña de una horas
yaces fría, hermosa
los rulos negros son de papi
los ojos claros de mamá.

Nunca me sentí tan triste
ningún amor había dolido tanto
y faltaba aún lo peor
amigos, familiares me rodeaban
y yo estaba tan solo.

No quise ningún duelo
ni golpes amables en la espalda
mi niña, te lleve directo,
te lleve directo al fuego
y yo estaba tan solo.

Tomé el polvo de tu cuerpo
apenas unos gramos
y los encerré
en cárcel hecha con mis manos.

Para tenerte cerca
para llorarte años
sin ese primer llanto
mi corazón lloró.


A el, mi niño

Brinca mi niño, brinca
y cayó dulcemente de la ausencia
un año de paciencia y de prudencia
un año de dolor y de extrañar.

Te amo tiernamente, mi pedazo,
no importa tu voz grave
tu altura de gigante
el bigote que es bozo
la hormona genital.

Brinca mi niño, brinca
te he extrañado siempre
te he besado todo
te he amado más
en esta tu ausencia;
involuntaria, inmensa.

Te amo tiernamente, mi pedazo,
como te amé en la cuna
cuando no eras más
que un pequeño pedacito,
un kilo a lo más.

Brinca mi niño, brinca
y cayó dulcemente de la ausencia
un año de paciencia y de prudencia
un año de dolor y de extrañar.


Al amor

A ella, la que espero

Quiéreme por mí
no por lo que esperas.
Es casi seguro que nunca pueda
cumplir la miríada de tus expectativas.

Quiéreme por mí,
así, ácido y pequeño,
rudo y energúmeno,
malhumorado y burro,
celoso y deslucido,
quiéreme a mí.
Y ya no esperes.

Porque si no quieres nada
podré darte todo, hasta la luna
te daré el mar y sus naufragios
el cielo azul y lleno de relámpagos
el huerto de miel que buscas
lo sé, y no lo has dicho.
Seremos caminantes de la nada
beberemos néctar robado de la vida
proteína liquida del sol poniente
y dulces aguas del Caribe
hablaremos lenguas muertas
veremos glaciaciones sin dañarnos
y así, sin nada, venceremos.

Quiéreme por mi
mi amada Diana, bella Friné,
no mueras Margarita,
rompe el dogal Aldonza
y volemos Beatriz,
quiéreme a mí, por mí.
Y ya no esperes.


A la soledad

Hoy que despierto, encuentro
la cama sola sin tus besos
el baño abandonado sin palabras
la bata en su lugar, no estás para robarla.

Y la ausencia de ti.
Me descompone.

Al despertar
llamo a la cama por tu nombre
al baño lo habito con rosales
a la bata la escondo, con destreza.

Para pensar que estás aquí.
Que no te has ido.


De gracia, amor y risa

Me está brincando un ojo
y pido al cielo,
sea de amor, de celos;
que no sea de bacteria,
de dolor, de venoclisis.
Me está brincando un ojo
que sea de ti.

Me está brincando un ojo
y es de amor,
amor de falta y de cajetes,
de destinos, de ayer,
de conocencia.
Me está brincando un ojo
amor de ti.

Me está brincando un ojo
de arrebujo
y no sé si es de amor
o conjuntivas.
Me está brincando un ojo
y es de ti.


De deseo


Yo sólo te pido:
Que me ames con dulzura
un día por año;
que desees locamente mi persona,
al menos, una vez al mes;
que me beses con pasión,
lógicamente, cada semana;
que me digas “buenos días” a diario
y “te amo”, por piedad,
dilo cada rato.
ah

viernes, diciembre 22, 2006

Presuntuoso.

Tal vez parezca presuntuoso pero tengo que decirlo, desde hace algunos años, estoy instalado en la felicidad.

Y a pesar de los amores, el dinero, la familia, la política (en estricto orden alfabético) sólo me es posible acrecentarla; cada pequeña parte del inmenso rompecabezas, que es la vida, se encuentra cómodamente en su lugar.

Repaso mis bienes, añoro la aventura, sueño con las metas todavía sin alcanzar y recuerdo, a veces con tristeza, los amores pasados y las pérdidas amadas. Pero todos estos pensamientos me demuestran que hoy es el mejor momento. Sin dudas el mejor.

Me impele la paz y la dulce nostalgia a buscar personas y amigos del pasado, relatarles mi amable descubrimiento de la felicidad, llenarlos con la risa y la alegría; muchos han recibido mi desplante con agudos, retorcidos y amables comentarios, ha sido como hablar con alguien que nos visitó ayer, olvidó su paraguas en la puerta y vino a rescatar palabras y aditamento.

Pero también me he llevado grandes decepciones, el reseco personaje que le parece inmaduro mi comportamiento, la exhermosa que perdió su encanto con las primeras huellas del devenir añoso, el avaro de emociones que sólo ríe de los demás y nunca de si mismo.

Los hay cómodamente instalados en su vida ya que los dolores y pesares están bien entendidos; los que viven a toda carrera en busca de su premio y de su grial, buscadores eternos; los que han hecho del trabajo su báculo y su reino poco amistosos pero muy competitivos.

Los hay perfectamente ateos que rezan pertinazmente sin darse cuenta, los que buscan en lo intangible la respuesta a sus plegarias y lo saben, los materialistas prófugos que robaron parte de su vida, los acéticos del verbo y del entorno, los estoicos que todo lo guardan en la mochila que cargamos día con día y la fanáticos que con gran artificio sólo se convencen a si mismos.

Este microcosmos que conforma mi pasado es imagen del mayor que vuelve desdeñoso a cobrar su renta periodo por periodo. Pero todos estos pensamientos me demuestran que hoy es el mejor momento. Sin dudas el mejor.

El mismo impulso, ahora, me lleva a buscar nuevos amigos y para hallarlos recurro a artificios y artilugios, la era de la comunicación me ha ayudado, los lugares de búsqueda y de respuestas amistosas han sido el lugar de encuentro.

Y pasa lo mismo con los virtuales, los hay amables, dulces, rudos y hasta quijotescos. Y siempre existen algunos sin alma que sólo buscan el abuso y el escarnio; desalmados la rueca sólo deshila en un sentido y si forzan al amor cambiará el ritmo del azar y nadie quiere eso.

Sin importar la latitud, lo que mayormente he encontrado son personas amables y amistosas que describen letra a letra sus expectativas y su experiencia; sus sentimientos, sus alegrías y sus tristezas con los mismos miedos, inquietudes y dolores que en cualquier otro grupo de personas; tenemos exactos, puntuales, desérticos, selváticos, amorosos, poetas, profetas, odiosos, enamorados y rufianes. Como cualquier en lugar, como en cualquier país, como en cualquier planeta.

Y si logro encontrar una o varias almas afines seré más dichoso; el esfuerzo, la búsqueda y tratar de afianzar con alfileres la amistad hasta que se sostenga por sí misma habrá valido la pena y el trabajo.

P.D. La búsqueda va ya muy adelantada; encuentro en el presente y el pasado almas amables, dulces, amorosas para compartir en mi futuro y la cuenta se incrementa día con día.

ah

domingo, diciembre 17, 2006

Desespero.

El instante más grande del mundo es el de la espera.

Lento, largo, infame el minuto siguiente y se suman uno tras otro aletargados, danzan su interminable coda, su desesperante sucesión.

Minutos infames, locos desgarrados; me separan de ella todos en el medio, rudos y brutales; te tienen ahí, detenida; no te alcanzo desde aquí.

Y cada uno de ellos al morirse te detiene.

¡Mueran ya todos! Desalmados permitan a mi ángel llegar cerca mí.

¡Fenezcan ya! Insensibles, no ven mi amor, no ven mi dolor.
Permitan pasar a mi ángel, permítanle llegar.

Minutos dolosos, desconfiados ya se vuelven uno, y ahora es ella, femenina: por fin, tarde llega; la hora. Tarde siempre, necesitó sesenta muertes para su nacimiento.

Déjala llegar ya hora desalmada. ¡No quiero herirte! ¡Lo haré!

De a cuartos, medios y tres cuartos, deambulas lenta, inconstante, ahora se duplica y ya son dos.

No importa el número, las venceré; déjenla llegar, irresponsables, mi alma, mi ángel, ¿dónde estás?

De lejos diviso tu silueta; por fin te acercas y te encuentro.
¿Qué pasó?

Eres otra y al fin la misma. Tus herencias paternas ya no son.
Tu color capilar es refulgente, tus cejas de mural; ¿dónde se han ido?
Tu boca, o dios, tu boca se ha expandido, tus ojos son directos y turgentes.
Envenenar de poco, ha hecho su trabajo.

Eres nueva, eres arcaica, pienso y sufro tu acomodo y creo que el cambio ayuda, mejora sin saberlo mi destino.

Me siento bígamo de espera; dos mujeres, una en foto, otra en persona. ¿Qué diremos ahora a nuestros hijos?

Ya los minutos son rodantes se despiertan y caminan presurosos.
El instante más corto del mundo es la sorpresa.

ah

martes, diciembre 12, 2006

La vida nos acaece.

La vida nos acaece, simplemente nos acaece. Cae la noche y las estrellas no aparecen. Deshilan y devanan, deshilan y devanan.

Escuchaba en días pasados, grandes y numerosas teorías sobre el dolor, la enfermedad y la muerte.

Cual es la culpa del enfermo si la morbidez lo ataca, lo desintegra. Como descubrir en la consciencia la culpa híbrida del dolor, de la garra dolosa de la muerte.

La hay donde todo el peso de la propia enfermedad, o muerte, recae en la conciencia personal, en la incapacidad de darle salida a todo el cúmulo de emociones que nos afectan cada día.

Se habla del inconciente que produce cambios físicos, que afecta el soma, que revierte los procesos y los descontrola. De cómo el pensamiento, hasta del que no somos conscientes, afecta duramente el cuerpo, lo desarma y lo castiga.

Se habla del alma, de sus innumerables condiciones, sus pasados y sus futuros, los más avezados encuentran en el cuerpo sólo el guante, el cobertor, perdón, la cubierta del alma o el espíritu.

Una gran discordia para definir correctamente ambas, el alma y el espíritu, una gran discordia en la que hasta el momento no encuentro ganador. Los hay desmedidos, los hay trashumantes y todos desafiantes.

Se habla de Dios, de religión y de creencias, algunas desdeñadas y pasadas y otras presentes y actuantes. Del ser castigador de los primeros tiempos, del amoroso padre que cuida a sus hijos, del cuidadoso pastor que salva a sus ovejas. Entonces la pregunta lógica. ¿De dónde emergen las enfermedades y la muerte? ¿Se castiga al indefenso?

Si descubrimos con mirada atónita el tamaño inalcanzable del universo descubrimos rudamente que el trabajo del creador es extensísimo y de escalas colosales y preguntamos de nuevo.
¿Es el creador un niño de doce años ante los hombres-hormigas y el universo-hormiguero? Y en sus bolsas, como todo niño, hay lentes, pinzas y cerillos. ¿Se divertirá con ellas?

Se habla de vidas repetidas, de haber dejado en el camino anterior hilos y nudos sin amarres claros, desidias y defectos que quedaron inconclusos y, que para nuestra desgracia o aprendizaje, tenemos que repetir hasta que nos salga bien. El devenir de las almas. El kindergarden de las vidas, el “vuelve hacer diez planas” hasta que sea perfecto. Hasta existe una palabra para definir nuestras reprobadas vidas: Karma.

Se habla de la ciencia, del ADN, de la grandeza y pobreza de las células, del bioquímico paso del cuerpo hacia la enfermedad, se dice que los ácidos nucleicos se descomponen, se rompen, se descosen y las células hijas de estos ácidos crecerán descontroladamente.
Que las membranas avariciosas de las células se tornan reacias y endurecidas y ya no permiten el correcto crecimiento.

Se habla de la entropía, del paso de cualquier sistema en movimiento hacia la descomposición, al desorden, hacia el caos. Como consecuencia directa de su propio accionar, de su desvelo por hacer las cosas bien, de su despertar y moverse día con día. No existe maquinaria que no requiera ajuste, aceite o combustible y todas sin excepción se descomponen.

Es todo eso, lo anterior, y más; casi todo lo que se crea o se imagine, se piense o se adivine, se perciba o se descrea, pero falta algo. Algo que parece tan sencillo.

Si no, porque algún auto nuevo se descompone de inmediato, un niño que sale a la calle, corre y sobrevive o una anciana que cruza la avenida y, contra toda lógica, la atraviesa.

El azar, esa divina moneda que al final decide nuestra suerte.

Lo que hace que cada continente, que cada ser, que cada etéreo, encuentren las respuestas apropiadas a sus propios credos, a sus interiores desazones, a su propia visión de la vida y de la muerte.
Y todo eso queda reducido a una simple frase.

La vida nos acaece, simplemente, nos acaece.

ah

Recuérdame tus defectos.

Entablar nuevas relaciones es bien complicado. Retomar las anteriores aún más cuando hay pasado. Por eso.

Las cartas y su lectura reducen la animosidad y uno entiende la vieja costumbre de, en un inicio, cartearse (hasta para casarse).

En los siglos pasados el amor y la amistad se fincaban y se afianzaban con la escritura, uno podía disimular, pero una descripción bucólica nos descubre.

Los vicios, los prejuicios y la inteligencia se muestran desnudos en la letra, nadie puede llamarse letrado sin escribir un párrafo de manera coherente a menos que lo compre, recordemos a Cyrano.

La era moderna, extrañamente, ha redescubierto el viejo arte epistolar, ahora llamado correo electrónico, se envían millones diariamente y la mayoría comprueban el abandono (o el paso sin pena ni gloria) de las aulas de estos mismos millones de seres humanos.

¿Cómo entenderse si se carece de la herramienta fundamental del pensamiento?
¿Cómo entender al otro?
¿Cómo sentir?
¿Cómo amar?

Por el lenguaje.
Describir a algo o a alguien se vuelve una acción imposible si no conocemos un poco el lenguaje. Colocar un adjetivo se convierte en irrealizable, sólo conocemos bueno y malo, blanco y negro, amor y odio, dolor y alegría. Caminamos por la vida de extremo a extremo. Ahí no hay placer.

Pensar en algo se vuelve un desatino, un dolor inmenso, porque nuestra mente no encuentra palabras que definan nuestros sentimientos, nuestros desvelos, nuestras muertes.

Sentir algo se vuelve doloroso ya que no entendemos el motivo de congoja, no nombramos al dolor, no lo descubrimos, lo enterramos en el fondo del cuerpo, para que se pudra, porque no lo entendemos, porque no le ponemos nombre. No lo nombramos.

El placer se convierte en sólido cuando podemos agregarle a la sensación más de dos adjetivos. La vida se saborea si damos al sabor connotaciones lúdicas, al olor tiernos matices y sutiles encantos, a la vista multiplicación de grises y una gama inmensa de colores. Al amor y al sexo, que es lo mismo (si lo pensamos profundo y con multitud de adjetivos), coloridas perversiones. Sólo así podemos llamarnos hedonistas.

Leo, escribo, hablo y pienso, luego existo.
No sólo homo sapiens, también homo parlante, homo escribiente, homo consciente.

Así al intercambiar correos podemos pedirle amablemente a la contraparte, recuérdame tus defectos yo te escribo los míos.
Y hacerlo de manera que esa contraparte entienda, el corazón de la frase pero, también, que esté salpicada de dulces, picantes, destellantes, amables y amorosos adjetivos.

Que descubra con estas preclaras, a veces, y sutiles palabras lo más recóndito de nuestro pensamiento, de nuestro corazón, de nuestro amor.

Que si nos equivocamos, nos equivoquemos con estilo, con alma bien definida, con amistad colorida, con bonhomía.

Y así, nadie que haya visto hacia adentro podrá, si ha sido sincero, lastimar con impudicia.

Por eso y para eso el arte epistolar vuelve, amorosamente, con más y mayor fuerza.

Encarguémonos de cultivarlo y hacerlo entrañable.

ah

viernes, diciembre 08, 2006

Matrix

Me duermo y ya en el sillón, el trashumante tiene dos píldoras, una en cada mano, la frase es cinematográfica.

- Elige una.

Tomo la azul y la trago, el mundo desaparece y se integra nuevamente, es letárgico, es telúrico, es azul.

Descubro la vecindad, la unidad y el acomodo de los seres, las ligas invisibles en otro lado aquí son tangibles y visibles.

Encuentro que mi vista afecta duramente el corto vestido de la tierna mujer que me alimenta (y ella se da cuenta), afecta sigilosa la enmarañada disculpa que emite mi atrasada cita (y yo me doy cuenta) o descubre el dorso del espejo cuando imagino mi pasado (y el espejo se da cuenta).

Es un mundo de la mente, un mundo de efectos repetidos y visibles que muestra infame los resultados físicos de nuestro pensamiento.

No sé si esto me gusta, no resulta divertido ver la gris afrenta en la frente de un niño por la desatención de un padre ausente, ni el lacerante rojo de la dama engañada en el amor, no es hermosa la daga verde que atraviesa el corazón del hombre timado por un engañador profesional.

Ver el efecto en cascada, como ondas en el agua, de cada una de nuestras acciones y nuestros pensamientos, ver como mi lujuria corta duramente la piel de mi vecina y descubrir como esa tristeza en sus ojos lacera profundamente la blandura de mi pecho.

Es un mundo igual al nuestro, la gente camina presurosa utilizando, displicente, armaduras dobles, triples o múltiples que ocultan su cara y sus pensamientos, los niños utilizan cascos, coderas y rodilleras para salir a la vida, es extraño y lógico, es un mundo igual al nuestro.

Pasan los días y la vida es ahora conocida (este mundo es ya cercano y amigable) no importa como sea nuestra realidad buscamos herramientas que desarmen al contrario (al prójimo, al próximo) y blinden nuestras debilidades y nuestra persona.

Encontramos la manera de herir sin sufrir las consecuencias inmediatas de nuestro desamor.
Evadimos las inmediatas lo demás es kármico.

De nuevo el estoico, el empírico, me pregunta presuroso.

- ¿Estás dispuesto a romper la realidad?

Me levanto del sillón y cruzo su cara con un golpe que lo hace desaparecer como si hubiese dicho su nombre de reversa.

Despierto y regreso al despertar.

Vaya, estas pastillas esotéricas siempre dejan un regusto de derrota, una resaca infiel, una cruda de alma y de congoja.

La siguiente será, por supuesto, una pastilla sicodélica con resabios animosos de la generación beat.

ah

domingo, diciembre 03, 2006

Ayer soñé que fumaba.

Sueño y pienso,
ensueño,
pienso y sueño.

Ayer soñé que fumaba con gran amor, que fumaba con gran dolor, que fumaba con gran deber, que fumaba.

Me encuentro en el restaurante de moda, por supuesto en La Condesa, al terminar de comer el capitán se acerca y me regala un habano inmenso y me manda ipso facto a fumigarlo en el salón fumador. Nunca he conocido en ningún lugar un salón fumador, pero permítaseme la licencia literaria. Era un sueño.

Al subir las escaleras de pirámide me encuentro en un gran recinto plagado y salpicado de sillones, sillones cómodos e invitadores, ceniceros por doquier, de a uno, de a dos y hasta de a tres por individuo; el humo forma una capa densa, costra impenetrable y corpórea que va desde el suelo hasta aproximadamente un metro con veinte. No hago más que llegar al mullido sillón elegido cuando de entre la neblina aparece un hombre, un niño, que me acerca fuego y bebida espirituosa.

Aún no me atrevo a encenderlo, la moral y el buen sentido, todo me dice que me arrepienta, que complete el círculo, que no desista; y yo me pregunto: ¿el habano es adictivo?

Sueño y pienso,
ensueño,
pienso y sueño.

Era fumador compulso de cigarrillos de esos a los que la industria dolosa les inyecta mayor cantidad de males que los que tiene de por sí el buen tabaco (eso dicen los pasivos).

Era fumador dolido de hasta sesenta tubos asesinos cada día (eso dicen los médicos) y despertaba con el fuego entre las manos, esperando con ansia el primer ataque dulce a mis neuronas, cuando el camino empezaba ya en la boca directo a los centros de placer de mi cerebro (eso dicen los bioquímicos).

Sólo puedo decir que era delicioso. La primera bocanada de humo del día, enviarla fuerte a los pulmones y mantenerlo ahí como se mantiene el humo de canabis, hasta que, en un momento solo, el disfrute total, el descanso amoroso, todo el amor, todo el placer, en un segundo al despuntar el día (eso decía yo).

Sueño y pienso,
ensueño,
pienso y sueño.

Me devuelvo del ensueño, aún dentro del sueño, para pensar de nuevo en encender el descomunal cigarro. Se acerca de nuevo el niño, aparece entre la bruma, y ofrece de nuevo ascua y etílico brebaje; el pesar y la codicia se enfrentan en juego belicoso.

Algunos adictos trasfugados me dicen que no soportan el olor, que la boca de humo del otro (aún en posesión) es nauseabunda. Creo que la aversión es ayuda en el trayecto de abandono. Para mi no, no siento molestia si me encuentro a fumadores, no odio el olor ni detesto a mi amor si enciende displicente un fósforo maldito.

El lugar es todo un sueño (y yo aún dentro del sueño), el ojo se acostumbra, vislumbra a los vecinos, el ropaje, los acentos, la impudicia. Brocados y dorados se mezclan rudamente, veo mujeres que no se resisten… al humo del tabaco, ojos de encanto que me seducen y todos y todo me invitan a encenderlo.

Me resisto una vez y la siguiente, los congéneres me ven, me observan, quieren averiguar si soy constante, si resistiré el amago traicionero del recuerdo.

El niño acerca el fuego y me aproximo sigiloso, estoy a unos centímetros, a menos, y en el momento de tocarlo aparece el capitán de nuevo. Pregunta presuroso si he alcanzado a encenderlo, le digo que no, y despierto en ese instante.

Despierto y atento estoy al siguiente segundo de salir pesadamente de este sueño y recuerdo además que cumplo, este día, un año de haber dejado el hábito. Me felicito.

ah