sábado, marzo 22, 2008

Fractales

Coloco un espejo junto al otro en ángulo agudo y luego otro del lado abierto para formar una caja triangular donde sólo entra mi cuerpo.

Con cuidado me deslizo y con sólo entrar cambia mi mundo.

El tiempo se detiene y con el rabillo del ojo percibo una infinidad de yos que se agrandan y se achican en sentidos contrarios.

Fibonacci mediante, intuyo, estas imágenes se encontrarán en el infinito y tenderán a cero. Pero la diosa de los números las multiplicará por cientos, por miles, hasta que de mí recuerdo queden gotas eternas que juntas me integrarán de nuevo.

Si además, giro a una velocidad cercana a la de la luz que hiere mi pupila tal vez, sólo tal vez, me encuentre a mí mismo en el futuro o a mil años luz de este momento, ya sea atorado en el hoyo negro de mí recuerdo o asfixiando con mis manos a la imagen de mí cuando me muera o emitiendo el ingente balbuceo del nonato supernumerario que es mi imagen especular y levógiro desoxirribonucleico.

Al despertar, en el ámbito de lo inconmensurable, desayunaré como un rey galaxias espirales, caminaré en el asfalto de Moebius decreciendo vertiginoso en saltos factoriales y antes de dormir cenaré como mendigo dos cuarks de los tres que mí dieta me permite.

Soñaré acunado en los teóricos brazos de Gödel en los múltiples mundos descubiertos por Escher y arrullado con la síncrona música de Bach hasta que el remolino decrezca y el sólido construido con pulidas superficies internas estalle en miles de pedazos para retornarme a la perfecta y aburrida realidad.


Arturo Herrera ©


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