viernes, julio 13, 2007

Shockin.

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Empecé a quererla porque sí, por nada (Zitarrosa), porque estaba ahí, enfrente, y todos los días a partir de ese fugaz descubrimiento mi sentir crecía, como un adagio que se encamina a un finale presto, su cabello largo y negro, su andar acompasado y deslizante, su cuerpo (que ya en ese momento para mi) era el mejor cuerpo del mundo. Llamémosla Shockin.

Nunca más, desde ese remoto pasado, he vuelto ha encontrar piel tan gruesa y tan dúctil como aquella. Respuesta tan rápida y emocionada como esa. Prisas y tropiezos como aquellos. Al final, la experiencia cobra su peaje.

No veía y no escuchaba si no era a través de ella, de sus ojos, de sus manos. Ese inmenso amor que sólo se encuentra antes del conocimiento, antes de la vida, en el principio.

Ahora, tardamos varios segundos, varias vidas en reconocernos. Y como no. Si la sonrisa hermosa de su boca está encarcelada por aditamentos metálicos, si a mi boca amorosa la emboza un bigote que ella no conoció siquiera y ahora mi papada ya no es germinal, su negro cabello a la cintura hoy es corto y decolorado, su nariz con apenas una curva ligera es ya mayor. Los ojos, ahí nos encontramos, tras las arrugas y los sinsabores la chispa está aun en las pupilas, la luz que emite el reconocimiento rememora a aquella antigua del deseo.

Podrían pasar dos vidas más y no olvidaría esos labios carnosos que ahora me presentan a su esposo.

Sus hijos, que no son míos, tienen treinta años. Por dios, apenas los dos sumábamos esa cantidad cuando nos besábamos.

-¿Y te casaste? Pregunta así, como sin importancia.

Mi respuesta es la misma de siempre.

-Si, tres veces.

A esa frase le sigue, por costumbre, una carcajada sonora, pero hoy, hoy la risa es menos estruendosa y con un dejo de fracaso.

Trato de recordar como terminó, como la distancia pudo más que nuestro sentimiento y recuerdo un cambio de dirección, un cambio de horario, un pasar de secundaria a preparatoria, un cumplir dieciséis, una sincronía que se tornó lejanía.

- Fue un placer saludarte. Me despido.

Tomo su mano y mi diestra no la reconoce, han pasado tantos días que nuestra piel ya es presa del olvido, me acerco y la beso amable, ya no hay aroma de hormona floreciente, me alejo, veo sus ojos, es ahí donde habita el recuerdo.

- Igualmente, nos veremos otro día, me dijo al despedirse.

- Mucho gusto José, adiós María.


Arturo Herrera ©

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