domingo, diciembre 17, 2006

Desespero.

El instante más grande del mundo es el de la espera.

Lento, largo, infame el minuto siguiente y se suman uno tras otro aletargados, danzan su interminable coda, su desesperante sucesión.

Minutos infames, locos desgarrados; me separan de ella todos en el medio, rudos y brutales; te tienen ahí, detenida; no te alcanzo desde aquí.

Y cada uno de ellos al morirse te detiene.

¡Mueran ya todos! Desalmados permitan a mi ángel llegar cerca mí.

¡Fenezcan ya! Insensibles, no ven mi amor, no ven mi dolor.
Permitan pasar a mi ángel, permítanle llegar.

Minutos dolosos, desconfiados ya se vuelven uno, y ahora es ella, femenina: por fin, tarde llega; la hora. Tarde siempre, necesitó sesenta muertes para su nacimiento.

Déjala llegar ya hora desalmada. ¡No quiero herirte! ¡Lo haré!

De a cuartos, medios y tres cuartos, deambulas lenta, inconstante, ahora se duplica y ya son dos.

No importa el número, las venceré; déjenla llegar, irresponsables, mi alma, mi ángel, ¿dónde estás?

De lejos diviso tu silueta; por fin te acercas y te encuentro.
¿Qué pasó?

Eres otra y al fin la misma. Tus herencias paternas ya no son.
Tu color capilar es refulgente, tus cejas de mural; ¿dónde se han ido?
Tu boca, o dios, tu boca se ha expandido, tus ojos son directos y turgentes.
Envenenar de poco, ha hecho su trabajo.

Eres nueva, eres arcaica, pienso y sufro tu acomodo y creo que el cambio ayuda, mejora sin saberlo mi destino.

Me siento bígamo de espera; dos mujeres, una en foto, otra en persona. ¿Qué diremos ahora a nuestros hijos?

Ya los minutos son rodantes se despiertan y caminan presurosos.
El instante más corto del mundo es la sorpresa.

ah

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