martes, diciembre 12, 2006

Recuérdame tus defectos.

Entablar nuevas relaciones es bien complicado. Retomar las anteriores aún más cuando hay pasado. Por eso.

Las cartas y su lectura reducen la animosidad y uno entiende la vieja costumbre de, en un inicio, cartearse (hasta para casarse).

En los siglos pasados el amor y la amistad se fincaban y se afianzaban con la escritura, uno podía disimular, pero una descripción bucólica nos descubre.

Los vicios, los prejuicios y la inteligencia se muestran desnudos en la letra, nadie puede llamarse letrado sin escribir un párrafo de manera coherente a menos que lo compre, recordemos a Cyrano.

La era moderna, extrañamente, ha redescubierto el viejo arte epistolar, ahora llamado correo electrónico, se envían millones diariamente y la mayoría comprueban el abandono (o el paso sin pena ni gloria) de las aulas de estos mismos millones de seres humanos.

¿Cómo entenderse si se carece de la herramienta fundamental del pensamiento?
¿Cómo entender al otro?
¿Cómo sentir?
¿Cómo amar?

Por el lenguaje.
Describir a algo o a alguien se vuelve una acción imposible si no conocemos un poco el lenguaje. Colocar un adjetivo se convierte en irrealizable, sólo conocemos bueno y malo, blanco y negro, amor y odio, dolor y alegría. Caminamos por la vida de extremo a extremo. Ahí no hay placer.

Pensar en algo se vuelve un desatino, un dolor inmenso, porque nuestra mente no encuentra palabras que definan nuestros sentimientos, nuestros desvelos, nuestras muertes.

Sentir algo se vuelve doloroso ya que no entendemos el motivo de congoja, no nombramos al dolor, no lo descubrimos, lo enterramos en el fondo del cuerpo, para que se pudra, porque no lo entendemos, porque no le ponemos nombre. No lo nombramos.

El placer se convierte en sólido cuando podemos agregarle a la sensación más de dos adjetivos. La vida se saborea si damos al sabor connotaciones lúdicas, al olor tiernos matices y sutiles encantos, a la vista multiplicación de grises y una gama inmensa de colores. Al amor y al sexo, que es lo mismo (si lo pensamos profundo y con multitud de adjetivos), coloridas perversiones. Sólo así podemos llamarnos hedonistas.

Leo, escribo, hablo y pienso, luego existo.
No sólo homo sapiens, también homo parlante, homo escribiente, homo consciente.

Así al intercambiar correos podemos pedirle amablemente a la contraparte, recuérdame tus defectos yo te escribo los míos.
Y hacerlo de manera que esa contraparte entienda, el corazón de la frase pero, también, que esté salpicada de dulces, picantes, destellantes, amables y amorosos adjetivos.

Que descubra con estas preclaras, a veces, y sutiles palabras lo más recóndito de nuestro pensamiento, de nuestro corazón, de nuestro amor.

Que si nos equivocamos, nos equivoquemos con estilo, con alma bien definida, con amistad colorida, con bonhomía.

Y así, nadie que haya visto hacia adentro podrá, si ha sido sincero, lastimar con impudicia.

Por eso y para eso el arte epistolar vuelve, amorosamente, con más y mayor fuerza.

Encarguémonos de cultivarlo y hacerlo entrañable.

ah

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Describes claramente lo que a veces pienso y no puedo expresar, cierto es que nos conocemos y conocemos al otro a través de la escritura. Excelente¡¡

Anónimo dijo...

pues mira sabes mi vida es peor k la de esa pork mis padres no me kierren dicen k siempre meto la pata y k me odian y mi vida es una mierda m gustaria estar mueetta los muertos me kerrian mas

Arturo Herrera dijo...

amiga anónima:

la pregunta sería:
¿quieres a alguien?

el amor empieza y termina adentro,
uno (como en el tango) empieza por amarse, si no das amor no recibes amor.
easy
un abrazo